Enver sintió el orgullo y la felicidad de entrar al Edén de su imaginación, a la cuna histórica de los pueblos turcos, y absorbió con la vista los kilómetros de altas murallas almenadas que simbolizaban el poder y la fuerza del pasado musulmán. Prefirió ignorar las secciones destruidas por los cañones del asalto bolchevique.
Deja de mirar el catálogo de Avón de tu madre / y los anuncios de Sears con hombres en calzoncillos./ Que te he visto…/ No se te ocurra meterte en sus fiestas de Tupperware / ni te pongas sus perfumes. Ni dejes que te besuquee./ Ella te besuquea demasiado./ No andes abrazando a los hombres/ Pero si no te queda/ más remedio,/ dales una buena palmada/ en la espalda,/ aunque sea tu padre.