Un manifiesto pandémico
Escriben[1] Paul Aster, Rita Segato, Juan Ponte, Rosaura Martínez Ruiz, Gabriel Giorgi, Margo Glantz, Angela Davies, Lucas Soares, Nina Yargekov, Sergio Chejfec, Valeria Luiselli, Naomi Klein, Byung Chul-Han, Ollantay Itzamná, Nuccio Ordine, Mariana Enriquez, Robin Myers, Margaret Atwood, Don Delillo.
Deshabitar las calles resultó en un tráfico sofocante en las aceras y vías de los espacios virtuales. Hay ahí/allá/aquí un desconcertante murmullo, una latencia que recuerda el ritmo de un temporizador que, paradójicamente, no tiene un límite temporal. Junto a o en lugar de (puede escoger su propia aventura estética) esa latencia, hay una vibración estática en el aire que funciona como un letrero de neón que pone: “Alguien está diciendo algo en este momento”. Aun cuando cerramos los ojos, el resplandor de ese mensaje es visible, tanto que en ocasiones impide el sueño.
Se produjo un hacinamiento de palabras. No hay resguardo para sortear los caudales de voces que entran en nosotros mientras existimos como nuevo cuerpo entre los nuevos cuerpos en las pantallas cuyas partes ya no son los brazos, ni las manos, ni las rodillas sino el tweet, el artículo, la foto, el live, la videoconferencia, todas ocupando plataformas-repisas en los que se exponen las palabras como partes de esos cuerpos. No hubo antes una definición más literal de Cadáver Exquisito:
Habría sido de estúpidos no tener miedo[2]. Esto llega en un momento en que ciertos grupos de interés económico habían pensado que tenían la historia bajo control y que el control era posible. La única utopía vigente es la utopía de la libertad de la historia, de la absoluta imprevisibilidad y del carácter incontrolable del viento de la historia.[3] Desde el punto de vista de la intervención política, se abre así un espacio crucial para la disputa teórica, la batalla del relato y del sentido, que no se puede desperdiciar.[4] Hoy necesitamos de una crítica de la violencia. Es urgente hacer visibles los mecanismos psíquicos que de manera fantasmagórica e inclusive inconsciente facilitan y operan la violencia sobre cuerpos, comunidades y pueblos específicos.[5]
Un escritor, un artista, debe poder interpretar la realidad, o intentarlo al menos. Como persona que trabaja con el lenguaje debería colaborar en la discusión pública. Pensando, escribiendo, interpretando. Pero cada día que pasa, pensar en esta pandemia se convierte en una neblina pesada: no veo, estoy perdida, apenas alcanzo a distinguir mis manos si las extiendo.[6] El panorama es oscuro, en contraste con un día prístino, y la ciudad está vacía. Todos guardadísimos en las casas, con una conciencia nueva del cuerpo y los contagios. Cada pandemia nos rehace el cuerpo.[7] ¿Cómo se puede seguir siendo lo que antes estábamos siendo?[8] Las sirenas nos encuentran dispersos, fragmentados en las exigencias de nuestra nueva vida cotidiana, y con su zozobra sonora nos reúnen periódicamente.[9] Esta enfermedad se comporta como un fantasma material que desplaza hacia un margen irrelevante todo aquello a lo que no puede afectar de un modo directo. No digo que la epidemia torne superfluos la escritura o el arte, sino que los aíslan como si fueran puntos ciegos de observación.[10]
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), al dieciocho de marzo de 2020, había en el mundo 200 mil personas contagiadas por COVID-19, y más de 8 mil fallecidos producto de esta pandemia, desde que se registró el virus. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), al día mueren por desnutrición 8,500 niños menores de cinco años en el mundo. En 2017 murieron 6,3 millones de niños menores de quince años por esta u otras causas.[11] Si ha habido tanta preocupación por la gente que estaba confinada en los cruceros donde una rápida trasmisión y contagio es inevitable pues, por supuesto, tendríamos también que preocuparnos aún más por las personas que están en la cárcel o en los centros de detención de inmigrantes. [12]
Si nos alejamos para ver la imagen completa lo que veremos es que nuestro sistema económico, que se basa en la voluntad de sacrificar la vida en el interés del beneficio, ha generado las precondiciones para que esta crisis sea aún más profunda, debilitando nuestro sistema inmunitario colectivo y generando las condiciones para que el virus corra desenfrenado. Ya sabemos lo que están haciendo: están empujando su lista de deseos en nombre de ‘la crisis’.[13] Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo.[14] Pero el imperio no estaba preparado para una pandemia: con un sistema de salud pública precario, un presidente y un partido en el poder que no creen en la ciencia, y un ethos obsesionado en la productividad, su respuesta ha sido de las peores entre los países de Occidente.[15]
Con el paso de los días también fueron decantando algunas impresiones: que la pregunta ‘¿cómo la estás llevando?’ nos está enfermando más que el virus; que terminamos naturalizando la visión diaria del mapa interactivo de infectados, fallecidos y recuperados como si fuera la tabla de posiciones de un Mundial; que los testimonios de cuarentena en la prensa y las redes sociales se están propagando más rápido que el corona; y que nunca estuvimos tan desesperados por reiniciar la Matrix.[16] La muerte y la enfermedad nos rodean; sin embargo, nuestro ánimo se mantiene a la alza, con un promedio de 6.7 en una escala del cero al 10. Vaya que es un cambio en relación a la curva en “dientes de sierra” observada durante el mes de marzo, un periodo marcado por picos de euforia dramática relacionados con la idea de que yupi, estamos viviendo un momento histórico, y por yerros referenciales del tipo auxilio esto es una guerra ah no pésima intuición esto no tiene nada que ver con la guerra.[17] La crisis es la fase decisiva de una enfermedad y puede ser una modificación positiva o negativa, crisis significa en latín decisión, elección, y tenemos que tomar muchas decisiones.[18] Nos encontramos no queriendo usar la frase “cuando todo esto pase” porque ¿qué es “esto”?, ¿qué es “todo”?, ¿qué es “pasar”?[19]
Pero pensemos en todas las cosas que esperamos que estén ahí en ese Castillo del Futuro cuando atravesemos hasta allí. Luego, hagamos lo que podamos, ahora, para asegurar la existencia futura de esas cosas.[20] El impulso de destruir es un impulso creador.[21]
[1] Descargo de responsabilidad: Todas estas palabras fueron dichas en artículos y entrevistas separados encontrados en internet durante la pandemia del coronavirus. Plaza Pública las ha tomado y recombinado.
[2] Paul Aster, ¿Por qué escribir?
[3] Rita Segato, entrevista en La Nación
[4] Juan Ponte, Escenarios de Futuro IECC
[5] Rosaura Martínez Ruiz, Escenarios de Futuro IECC
[6] Mariana Enriquez – Diario de la pandemia de la Revista de la UNAM
[7] Gabriel Giorgi – Nota en periódico La Nación
[10] Sergio Chejfec – Nota en periódico La Nación
[11] Ollantay Itzamná – Nota en Susurros del Silencio
[12] Angela Davies – Nota en Pikara Magazine
[13] Naomi Klein – Nota en Pikara Magazine
[14] Byung Chul Han – Nota en El País
[15] Edmundo Paz Soldán – Nota en La Tercera
[16] Lucas Soares – Entrevista en Eterna Cadencia
[17] Nina Yargekov – Nota en Revista de la UNAM
[18] Nuccio Ordine – Entrevista con La Vanguardia
[20] Margaret Atwood – Nota en Revista TIMES
[21] Don Delillo – Novela Cosmópolis (Scribner, 2003)