Enver sintió el orgullo y la felicidad de entrar al Edén de su imaginación, a la cuna histórica de los pueblos turcos, y absorbió con la vista los kilómetros de altas murallas almenadas que simbolizaban el poder y la fuerza del pasado musulmán. Prefirió ignorar las secciones destruidas por los cañones del asalto bolchevique.