AMOR
íbamos en tu auto
de noche por la ruta
que iluminaba apenas
la aparición errática
de unos postes de luz
vos manejabas
yo que no tengo registro
sentada al lado tuyo
pensaba que tal vez
el amor sea esto
atravesar la noche
en el auto de otro
sin otra compañía
y sin saber manejar
SARAH DIANO
(Chardon, Ohio, 1979)
EL ALBATROS
Por divertirse, a veces, los chicos de la escuela
agarran a otro chico, asmático u obeso,
de anteojos gruesos, gay o simplemente raro,
para darle unos golpes o robarle su almuerzo.
Ni bien quedan tirados boca abajo, en el patio,
esas criaturas tímidas, rojas como un tomate,
respirando agitadas, llenas de moretones,
comienzan a arrastrarse buscando escapatoria.
¡Qué patéticos son sus esfuerzos inútiles!
¡Cómo ríen los chicos que observan a un costado!
Bajando el pantalón, uno expone sus nalgas;
otro agresor se burla de su hermana y su madre.
No se parece el poeta al chico que es golpeado,
ni a aquel que lo golpea, sino a ambos a la vez:
víctima de sí mismo, abusador de sí,
alas imaginarias le impiden caminar..
FRANK SHAUGNESSY
(Norwalk, Connecticut, 1980)
ÉSTA SOY YO
Ésta soy yo, parada frente a ustedes, haciendo lo posible por llamarles la atención. No era yo, no obstante eso, la que hace unos segundos se quitaba toda la ropa y, a pesar del frío, en trance, levitando, hablando en lenguas, mientras giraba sin control el cuello, les recitaba la posología del esomeprazol. Bueno, era yo, pero en una versión sofisticada que ustedes, sin embargo, no sabrían apreciar. La que ven, parada ahora frente a ustedes, soy yo –o al menos una adaptación más tolerable. Miren: he aquí mi mano, con las uñas rojas, bajo los reflectores, convenientemente rodeada por un manto negro de oscuridad. Sostiene una galera. Al principio, pensé en tal vez sacar un conejo de adentro. O una rosa. Pero a ustedes las rosas los aburren. Otras cosas suscitan su entusiasmo: la sangre, por ejemplo, que es lo mismo, o casi, que las rosas. Pensé, luego, en yo misma emerger como una Venus de la galera, apenas ataviada con un sombrero mexicano. “Hola, soy Delores. O Diego. ¿O era The Ego, a secas? No me acuerdo”, les diría. “¿Qué importa el nombre, al fin?”. Pero la idea, desde el instante mismo en que empecé a concebirla, me aburrió. Y, aparte, al público hay que darle lo que pide, siempre. De modo que aquí está, de nuevo, mi mano en la galera. Lo que saca de su interior es medio cuerpo –el mío–, serruchado en un corte sagital. ¿A que no se esperaban ese viejo truco? Espero que sepan disculparme que entre la concurrencia no eligiera a alguien para asistirme. No se puede tener todo: la sangre y el serrucho, el conejo y la rosa. Y agradezcan que hay sangre. Aunque no mana. Forma un coágulo de rubí un poco hediondo. No se quejen, la sangre es como el queso: cuanto más huele, etcétera. Y he ahí mi corazón, que es como la mitad de un fruto insípido y rojo. Bueno, basta. Antes de irme voy a mostrarles una nueva gracia. Como quien anudando globos forma figuras –una flor, perros salchicha–, les voy a modelar con mis tendones y mis costillas algo que parece una lira o un arpa, pero casi no suena. Esperen, que les toco un rato una canción. Técnicamente, de hecho, se la canto a capella. Sean pacientes. Ya falta poco. Ahí viene mi montura: ésta soy yo, trepada al pony loco de la ansiedad. Colgada de sus crines.
CAITLIN MAKHLOUF
(Los Ángeles, 1982)
MANTRA DE DESPEDIDA
El
corazón
está
donde
no
está
el
hogar.
Y
un
único
deseo:
no
haber
sabido
nunca.
LEROY S. DAVIS
(Saint Louis, Missouri, 1987)
ETNA, ATLAS: ODAS
Yo, que buscaba a alguien que me adule
encontré a uno que además me acata,
y vos, que hallaste a una que te ataca,
no te esperabas que también te eluda.
Iluso, vos me compusiste odas
triunfales; yo, en respuesta, te hice un par
de rimas machaconas –¿eso es rap?–,
e insinué apenas mis tendencias sado,
que edulcoraba con profusa sarta
de vaguedades. Luego, al verte ante
el cráter tempestuoso de mi Etna,
no hallaste forma de volver atrás.
Ahora, en la cima de mi monte Atlas,
temblás deseoso de escuchar: “Saltá”.
ARIELLA JENKINS
(Chicago, 1993)